Los que acusan la Iglesia de ignorancia y de ser contra la ciencia olvidan muchas cosas de la deuda que la ciencia moderna tiene con la Iglesia. Si la Iglesia fuera tan contraria a la ciencia porque siempre tienen que recurrir al mismo ejemplo del caso Galileo. Si fuera verdad su acusación deberían poder producir una venerable procesión de científicos perseguidos y quemados por la Iglesia. No, siempre el pobre Galileo, que además fue un creyente sincero con una hija monja, y que nunca sufrió más que un arresto en una cómoda villa.
Se olvidan que fue un obispo, Roberto Grosseteste, quien es la primera persona de anotar todos los pasos para realizar un experimento científico. Fue un obispo Nicolaus Stensen (1638-1686) de Dinamarca, quien estableció los principios de la geología y mineralogía moderna. Los Jesuitas, algunos de los cuales eran opositores de Galileo, fueron los primeros en medir la altura de las montañas sobre la Luna y explicar la causa de las mareas. El P. Giovanni Francesco Grimaldi (1618-1663) descubrió la difracción de la luz y el P. Rogerio Boscovich (1711-1787) es considerado el creador de la física atómica fundamental. Los jesuitas hicieron además otras importantes aportaciones a otras ciencias como las matemáticas y la medicina. Entre científicos de otras órdenes cabe mencionar al Agustiniano austriaco Gregor Mendel (1822-1884) considerado el padre de la genética.
También habría que recordar algunos científicos laicos que eran católicos fervientes y practicantes. Louis Pasteur (1822-1895). El físico italiano Alessandro Volta (1745-1827) inventor de la pila eléctrica, era un hombre de misa y rosario diario y su colega francés André-Marc Ampére fundador de la electrodinámica, él escribió una obra de apologética intitulada “Pruebas históricas de la divinidad del Cristianismo.”
Fue en el convento dominico de San Esteban donde Fray Francisco de Vitoria puso las bases del derecho internacional a la luz del descubrimiento del nuevo mundo, defendiendo el principio que todos los hombres son igualmente libres y tienen el mismo derecho de la vida, la cultura y la propiedad. No pudieron acabar con todas las injusticias pero pusieron las bases necesarias para establecer principios como los derechos naturales.
Los profesores ateos tan eruditos que acusan a la Iglesia de no preocuparse por las necesidades de los demás olvidan sus aportaciones a la caridad y a la educación. Olvidan por ejemplo que las primeras escuelas gratuitas de la historia fueron fundadas por San Giuseppe Calasanzio y precisamente en Roma en el año 1597. El tan liberal Jean Jacques Rousseau no tuvo reparo en abandonar a sus varios hijos ilegítimos en la puerta de un convento y no volver a preocuparse por si sobrevivieron o no. Basta pensar que en 1847, después de medio siglo de haber nacionalizado las propiedades de la Iglesia durante la revolución francesa, Francia tuviera un 47% menos de hospitales que en 1789.
La Iglesia es todo esto y sin embargo todo lo que hemos dicho no toca la esencia de lo que es la Iglesia, sino consecuencia de lo que es la Iglesia. La Iglesia fomenta la cultura porque tiene una visión integral del hombre y tiene esta visión del hombre porque Cristo ha revelado al hombre la esencia de su existencia.
Ante esta breve reseña de lo que como Iglesia hemos contruido juntos, podemos ver la importancia de reflexionar sobre nuestra fe, sobretodo ahora que el Santo Padre ha programado para el próximo año el año de la Fe. Es un don de Dios, a cincuenta años del Concilio Vaticano II, poder valorar nuestra fe viva y renovada siempre.
¡Alabemos al Señor que se ha revelado encarnándose llamándonos a formar parte en su plan de salvación y comuniquemos esta misión a todos nuestros hermanos!
Por Emmanuel Avila Romero (corresponsal en Roma)
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