viernes, 17 de junio de 2011

¡No tengas miedo a vivir en la oración!

Hermanos, Guerreros de Cristo, portadores del evangelio en los diversos lugares en los que laboran, y a todos a quienes les es transmitido un mensaje de esperanza mediante el presente medio. He querido comenzar por abordar como tema aquel nexo entre Dios y los hombres, aquel puente de unidad entre los hermanos, el cual es la oración. Para poder decir algo respecto de la oración basta haber experimentado el amor del Señor en el acto mismo de orar, pues es en el corazón, signo tangible en el ser humano, donde Dios habla, y es precisamente allí donde Él inspira, por medio de su Espíritu, el deseo y la palabra oportuna para comunicarnos con el Dador de la existencia.
Los encuentros que en la vida hemos experimentado con Jesús (y por eso somos sus guerreros) nos han hecho dirigirle algunas palabras mediante la oración, sean de agradecimiento, de perdón o de adoración. Así todas nuestras actividades dentro de la Iglesia, inclusive la oración, giran y toman su sentido más pleno a través del encuentro con el Resucitado.
Es precisamente la oración un oasis en medio del desierto de la incertidumbre, del miedo o de la duda; es cual álbum fotográfico que nos trae a la memoria lo bello y agradable, es una actitud continua de agradecimiento y alabanza, pero ante todo, es un dialogo de amor, y más aún, es la contemplación de ÉL que nos ama y nosotros que nos experimentamos amados, Jesús que fija su mirada amorosa, envuelta de un conocimiento de lo más íntimo de nuestro ser, y nos descubre sus llagas y su costado abierto, signo visible de aquello más profundo e íntimo que desea mostrarnos. 
Tu oración y mi oración nacen del llamado de Dios, y se ve realizada en la respuesta que damos cada día y de manera especial en el día que dedicamos a orar. En la oración no faltarán los momentos de desánimo en los que el espíritu se siente cansado, sin ganas o invitado a realizar alguna otra actividad, pero es precisamente a través de estos momentos de “crisis” en los que la voluntad se ve fortalecida, en los que se llega a buscar la oración no como un sentimiento aislado que busca compañía, sino como una necesidad que nace de la búsqueda de la voluntad de Dios en la vida, en aquellos momentos de duda no olvidemos las palabras de nuestro santo Obispo Don Juan de Palafox y Mendoza “…en el trato y comunicación de Dios toda dificultad consiste en los principios que, después de gustado, fácilmente correremos tras el rastro de su olor, hallando toda dulzura y suavidad” (Carta pastoral l, Obras completas, tomo lll)
Orar no es en  un acto aislado, aunque a veces nos hallemos en una intimidad  donde se  encuentra el Creador y la creatura, orar es un don de Dios que une a la comunidad eclesial en una sola voz, la de Cristo, y mediante Cristo cada hermano  participa de esta acción salvífica, como miembro del cuerpo místico, vivo y resucitado de Jesús Nuestro Señor.
 Es aquí donde radica la importancia de la comunidad que nace, se alimenta y se enriquece de diversos carismas, dones y vocaciones, dentro del seno de la Iglesia, pues toda comunidad ha de verse unida mediante la oración y de manera suprema, mediante la liturgia, conduciéndonos al encuentro con aquel que se ha dignado dejarnos su propio corazón en cada eucaristía, así, la oración que compartimos se ve plenificada y llevada a su culmen en la Santa Misa, que no ha de llegarse a ver como una rutina, pues quien llega a experimentar la acción santificante de Dios en su vida, ha de dejarse conducir por los perfumes de nuestro bien amado Jesucristo.
Emmanuel Avila Romero 

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